Aunque un altísimo porcentaje de empresas latinoamericanas está usando o planeando diferentes usos del e-learning como metodología de capacitación de sus empleados, buena parte de esos mismos empleados todavía tiene un gran desconocimiento a la hora de entender de qué exactamente se trata toda esta movida. Efectivamente, aunque se trata de una de las formas de aprendizaje más fáciles y accesibles, todavía hay muchas personas para quienes aparece envuelta en un velo de misterio.
Algunas de las ventajas del e-learning ya podrían incluirse en la categoría ‘de dominio público’, aunque nunca está de más recordarlas:
- Facilidad horaria: salvo para alguna sesión de ‘webinar’ (una nueva forma de encuentros virtuales usados a modo de ‘seminario virtual’), que tienen horarios acordados, los cursos en formato e-learning, en su gran mayoría, son ‘asincrónicos’, queriendo decir con ello que cada alumno estudia y participa en los horarios que él o ella establece a su conveniencia.
- Costos: aunque no siempre es cierto el supuesto de que los cursos en formato e-learning tienen precios más bajos que productos similares en modalidad presencial, en la mayoría de los casos es así, y la lógica y el sentido común apuntan en esa dirección (aunque algunas empresas hagan consideraciones diferentes). En cualquier caso, a la hora de comprar o contratar una capacitación en este formato, hay que poner en la balanza los ahorros (en tiempo y dinero) en ítems como transporte, estadías, comidas y refrigerios, libros, fotocopias, etcétera. En muchos casos, sobre todo en América Latina, con ciudades y localidades ubicadas a grandes distancias de las universidades, escuelas de negocios o instituciones educativas, estos costos hacen la diferencia entre ‘poder’ o ’no poder’ tomar un curso, realizar una carrera o lograr un máster o un título de posgrado.
¿Qué tipo de capacitación merece la categoría de ‘e-learning’?
Gran parte del debate actual gira en torno a qué exactamente amerita encasillarse dentro de la categoría de e-learning. Y aunque existen desde hace varios años estándares internacionales respecto de las plataformas de e-learning (las llamadas ‘aulas virtuales’), tendientes a unificar criterios y facilitar la migración de contenidos de una plataforma a otra, lo cierto es que nada impide calificar como e-learning a los procesos de aprendizaje que se limitan al intercambio de archivos vía e-mail, o el hacerlos accesibles desde un sitio web, o cualquier otro formato basado en Internet y sus recursos.
En muchos casos, sin embargo, una buena plataforma tecnológica ofrece recursos y facilidades que están ausentes en un proceso limitado al intercambio vía correo electrónico; entre otras cosas, la interacción y el debate entre alumnos, con toda la riqueza que aportan esas miradas diversas, sobre todo cuando provienen de rincones geográficos distantes y culturalmente diferentes.
Está claro, sin embargo, que el aprendizaje no es el fruto de una determinada tecnología ni de una metodología de transmisión en particular; ninguna metodología por sí misma garantiza los resultados que promete, del mismo modo que el mejor docente no puede garantizar que todos y cada uno de sus alumnos lograrán los objetivos propuestos.
El aprendizaje es fruto de una relación, y de un trabajo desarrollado en el marco de esa relación. En un escenario de estas características, el docente debe aportar los contenidos y la metodología (entre otros factores), y el alumno debe poner la dedicación y el esmero por asimilar el conocimiento y, adicionalmente, realizar el entrenamiento que le permita transformar ese conocimiento en destrezas que lo habiliten para desarrollar un determinado tipo de tareas y a desempeñar un particular tipo de función.